sábado, 26 de diciembre de 2015

Cueva del Rebollar II

Participantes: Carlos Heras y la que escribe, Pilar


Poca era la información que habíamos encontrado de esta cueva, tan sólo una antigua topografía, ahora incompleta, y el mapa satélite con el desarrollo de la cueva dibujado con finas líneas en rojo...suficiente para visitarla y así comenzar las vacaciones de navidad haciendo lo que más nos gusta.
No conocíamos donde estaba situada la boca de entrada, así que dimos un par de vueltas por la zona con el GPS en mano, para encontrar el lugar más cercano donde poder dejar el coche. Una vez aparcado, avanzamos entre pequeñas colinas para, en poco más de media hora, llegar al riachuelo junto al cual se encuentra el Rebollar 2, protegida con dos muretes de piedra.
Un primer vistazo a la entrada nos revela, no sólo que hay que arrastrarse sino que encima hay que mojarse un poco. Sin pena no hay gloria, así que tras unos minutos de indecisión tiramos para dentro.
Unos pocos metros de laminador con pequeños charcos de agua y algo de barro, nos conducen a lo que es la tónica general de esta cueva, grandes y cómodas galerías de suelos empedrados.


Avanzamos rápidamente, encontrándonos un único resalte con cuerda, quitamiedos de un pequeño desfonde. Durante el camino nos encontramos bonitas formaciones, todavía intactas. 


Las estalagmitas y estalactitas anaranjadas aparecen por doquier. 



Hay que destacar la gran labor de desobstrucción que se ha llevado a cabo en esta cueva, dejando aquellos lugares desobstruidos prácticamente alicatados.

Seguimos avanzando más allá de lo que llevábamos topografiado, pero es que las grandes galerías no dejaban de aparecer. 


Algún despiste nos lleva directos a espectaculares rincones dignos de ser fotografiados y donde se aprecia la escasa presencia humana ya que las formaciones permanecen prácticamente intactas guardando toda su belleza.



Dos horas y media después de haber entrado decidimos darnos la vuelta. Hacía tiempo que la documentación que llevábamos ya no era de gran ayuda y no queríamos poner a prueba nuestra memoria. De vuelta, la cueva todavía nos hizo algún regalo para nuestros ojos.



En poco tiempo recorrimos el camino hacia el exterior, con la clara idea de que algún día debíamos volver y llevándonos un grato sabor de boca.