viernes, 16 de agosto de 2013

Travesía Cueto - Coventosa

Participantes: Carlos Heras, Carlos Aranda, Raúl Camacho y la que escribe, Pilar Carrasco



Cuando empiezas a hacer espeleología (en mi caso hace ya 2 años) escuchas a la gente hablar de la travesía de Cueto – Coventosa como la referencia en máxima dureza de las travesías españolas. Por lo que como espeleólogo el poder realizarla no solo es una prueba física y mental sino un reto personal.

Por fin pusimos fecha a tan ansiado momento y nos decidimos a realizarla, unos por primera vez y otros por segunda. La preparación de la travesía empieza unos días antes, el jueves por la mañana, cuando entramos por Coventosa para montar en fijo el pozo de salida y dejar el bote hinchable después del tercer lago. En un principio íbamos a dejar el bote pasado el “cuarto lago” o “Lago del pasamanos” pero vimos que el nivel de agua era muy bajo y la probabilidad de lluvia de 0%, así que vimos que no había peligro de que subiera el nivel.

El jueves por la tarde, preparamos todo el material y lo dejamos metido en las sacas, todo listo para pensar lo menos posible el día siguiente que no sabíamos como iban a estar los nervios...

Por fin llegó el día, el viernes nos levantamos a las 6:30 de la mañana. Asombrosamente, sin muchos nervios, también porque sabíamos que dos de nosotros ya habían realizado la travesía y eso siempre da cierta seguridad. Desayunamos y cogimos los coches. Dejamos uno en la salida de Coventosa y nos fuimos hacia Cueto. Antes de las 8 de la mañana ya estábamos andando hacia la boca, con las sacas repletas del material y la ropa que nos íbamos a poner antes de entrar. 

 

  El camino se nos hizo corto y sin darnos cuenta en 1 hora llegamos a la boca de Cueto. 

Lo primero que piensas nada más verla es “como es posible que ese agujero tan pequeño conduzca a un pozo vertical de más de 300 m prácticamente lisos como es el pozo Juhue”. 



Después de vestirnos, sobre las 9:30, Carlos entra en la boca, le sigo yo, luego Camacho y 
cerrando Aranda. 



 En menos de un minuto, Carlos ya había montado la primera tirada de cuerda del pozo y cuando nos quisimos dar cuenta nos había dado el libre. 



Colgarte de la cuerda con 300 metros de caída por debajo hace que desconfíes de tu equipo y lo revises una y otra vez antes de quitarte los cabos, pero una vez empiezas a bajar por ese pozo tan perfecto y de paredes tan lisas, todo se olvida y sólo puedes disfrutar. 



Una vez llegas a la siguiente cabecera, te quedas colgado como un chorizo de ella para que el siguiente pueda bajar. En ese momento te sientes la cosa más insignificante del mundo ante el impresionante agujero negro que se abre a tus pies, y te aferras a la cadena de la cabecera como si te fuera la vida en ello. La primera tirada de cuerda te pone los pelos de punta y te saca del sueño para llevarte a la realidad. Sólo hay una salida y está por debajo. El sonido de ese latigazo no creo que pueda olvidarlo en la vida…




Poco a poco fuimos bajando tramos de cuerda, evitando enganchones y cubriéndonos para que no nos diera la cuerda al caer, hasta llegar en 2 horas y media al fondo del Juhue.






 Lo que viene a continuación es una sucesión de pozos hasta acabar la vertical.
El pozo del Algodón, en fijo, con un nudo a mitad de cuerda que dificulta bastante su bajada, además de no ser muy cómodo por tener la cabecera en estrecho. 

 






El pozo del Péndulo con el pasamanos de cable a mitad de pozo. El pozo de la Muleta, con muchos salientes y de difícil recuperación de cuerda. Para evitar problemas nos bajamos al fondo e hicimos desde allí la tirada de cuerda. 



El pozo de la Juana de Arco, también con su cabecera estrecha. El pozo del Oso de fácil recuperación ...



...y el pozo de la Marmita, instalado en fijo y que acaba en un gran bloque atado con cuerdas, para evitar que se mueva y cierre la continuación. 



Y por último, tras dos pequeños resaltes que no estaban equipados en fijo, el P20 que nos dejó en la Galería del Juhue. Por fin tocamos suelo firme después de 5 horas y media de vertical. Aquí empezaba lo duro…




El inicio de la horizontal son bloques y más bloques…y muy resbaladizos. Una gran cuesta arriba nos conduce a la Sala de las 11 horas donde nos percatamos de las grandes dimensiones de las galerías de esta travesía. Desde cada catadióptico cuesta localizar el siguiente, algunos no estan muy visibles, lo cual hizo que diéramos alguna vuelta de más.

Continuamos hasta la Gran Pedrera y avanzamos por la Galería de la Capilla con idea de parar a comer en el Oasis. Tan concentrados íbamos que nos lo pasamos y cuando nos quisimos dar cuenta estábamos ya en el Pozo de la Navidad donde por fin acaban las piedras. 



Lo bajamos e hicimos la primera comida. Hacía tan sólo dos horas que habíamos empezado a andar, así que íbamos muy bien de tiempo.
 
Tras la pausa continuamos con la aventura, próxima parada la Sala Blanca. Pasamos la Galería de la Navidad, salvando sus dos desfondes con pasamanos, luego la Galería de los Artistas y por fin llegamos a la Sala Blanca, como se nos pasó rápido decidimos no parar y continuar un poco más.








Como no, hicimos una pequeña parada en el Espeleódromo para fotografiar los bonitos rosetones ...



...y en poco tiempo llegamos a los Pozos de la Unión, reconocibles por sus pintadas negras. Lo que venía a continuación parece todo un parque de atracciones: la Galería de la Pequeñas Inglesas, que hace mella en el cansancio físico; y la Galería de los Veraneantes, no menos agotadora que la anterior. Entre medias de ellas los Pozos Josiane, te dan un pequeño respiro y a su vez sirven para repostar líquido de los goteos. Poco después llegamos a la Sala de la Turbina donde decidimos parar a comer, pues hacía ya 4 horas que habíamos dejado el Pozo de la Navidad.

Tras la Turbina, llegamos al agujero soplador, que recuerda mucho a la diaclasa del Tonio- Cañuela, pero con una corriente de aire que te deja sordo y helado. 





Un par de rampas resbaladizas equipadas con cuerda te posicionan en el Lago del pasamanos. La tirolina estaba muy mal estado...



...así que lo cruzamos por el pasamanos. 



Tras bajar el siguiente pozo llegamos al final del tercer lago donde habíamos dejado el bote hinchable. Por fin camino conocido.
Hinchamos el bote y fuimos cruzando de dos en dos. 



Uno desembarcaba y el otro volvía a por el siguiente. 



Y así hasta cruzar los tres lagos con cuidado de no pinchar el bote ya que el bajo nivel del agua dejaba al descubierto mucho bloques. 



Lo que nos quedaba por delante ya era conocido así que continuamos a ritmo suave hasta la salida donde desmontamos las cuerdas instaladas el día anterior. En 17 horas habíamos llegado a la boca de Coventosa. A pesar de la exigencia física de esta travesía, llegamos a los coches con energía suficiente para celebrarlo, pena que fueran las 2:30 de la mañana y todo estuviese cerrado.

De este travesía tengo que decir que me impresionó tantísimo la verticalidad del pozo Juhue y la grandiosidad de las Galerías que a pesar del cansancio que ocasiona, sin duda la volvería a repetir.
Como he dicho al principio, el conseguir hacer Cueto – Coventosa ha significado para mí todo un reto personal, un reto conseguido en un momento duro de mi vida y que por ello me gustaría dedicar a mi padre, que aunque ya no está conmigo desde hace unos meses, he sentido su fuerza y su ánimo a mi lado en todo momento, como siempre, y seguro que allá donde esté se ha sentido muy orgulloso.