Participantes: Carlos Heras, Carlos Aranda, Camacho, Rubén, Ismael, Álvaro, Óscar, Víctor y la que escribe, Pilar
No sé si eran las ganas de poner el broche final al Sistema de la Vega realizando la única travesía que me quedaba por conocer, lo bien que me habían hablado de los impresionantes pozos de la Azpilicueta o la simpatía que me produce el nombre de esta sima, pero el caso es que llevaba mucho tiempo queriendo realizar la travesía y por unas cosas u otras, la mayoría de veces debido al tiempo, no llegaba el momento. Pero este año, ésta era una de mis propuestas como actividad anual del club así que desde principios del mismo mi principal objetivo era buscar una fecha. A finales de verano, los miembros del grupo Asodeka se habían puesto en contacto con nosotros para conocernos y tratar de realizar salidas comunes, así que lo vimos claro, qué mejor travesía en la que conocernos que la Azpilicueta-Reñada, travesía relativamente fácil, no muy larga y con la parte horizontal controlada, rápidamente buscamos una fecha y manos a la obra!
Llegó el ansiado día, y allí estábamos de nuevo cambiándonos de ropa y preparando el material al lado de la pequeña granja vacuna donde solemos dejar los coches, con su característica piscina de estiércol que desprende un olor indescriptiblemente horrible. Pero los espeleólogos somos fuertes, o eso dicen, y hasta nos echamos allí mismo un pinchillo de la rica tortilla de los compañeros de Asodeka. Ya preparados, pusimos rumbo a la sima Azpilicueta. Dos nuevos integrantes se habían añadido al grupo, un par de cachorrillos de la granja que no se separaron de nosotros en todo el camino.
La aproximación es dura no por la distancia sino por la gran pendiente que se convierte en trepadas en algunos puntos. Carlos se acordaba más o menos de donde estaba la sima, que ya es un logro después de casi 10 años, y finalmente tras hora y media de sufrido camino, llegamos a la boca.
Éramos 9, demasiados para formar un único grupo ya que íbamos a ir lentos en la recuperación de las cuerdas y las esperas iban a ser muy largas, así que nos dividimos en dos grupos autónomos de 5 y 4 personas.
Y sin más demora Carlos entró en la sima como cabecilla del primer grupo. Después le seguiríamos yo, Camacho, Rubén y Aranda cerrando el grupo y tirando de cuerda. Fuimos bajando pozo tras pozo, sin problemas y disfrutando de la belleza de los mismos.
En muchos puntos corría algo de agua, pero habíamos tenido mucha suerte, pues la sequía de los últimos meses había anulado prácticamente los aportes.
En poco tiempo alcanzamos el gran pozo de 100 metros dividido en tres tiradas de cuerda. La última, con un volado que te sitúa en la Sala Ciega.
Habíamos hecho la vertical en menos de dos horas, se nos había hecho muy corta.
Una vez terminada la vertical, esperamos un tiempo en la base del último pozo para reunirnos con el segundo grupo y continuar juntos.
El siguiente paso era una gatera que te sitúa en un tubo descendente y estrecho, equipado con cuerda.
Una vez dentro del mismo te das cuenta del duro trabajo de exploración llevado acabo allí dentro, pues no solo es incómodo de bajar sino que conforme lo bajas van apareciendo una veintena de agujeros por todos lados como si la pared se hubiera convertido en un queso Gruyère, sabiendo cuál elegir sólo por la continuación de la cuerda.
Superada esta pequeña dificultad sólo nos quedaba recorrer la parte horizontal de la Reñada,
con sus amplias y cómodas galerías,
su ya familiar callejón de la Sangre repleto de estalactitas rojas,
el paso del Duck que pasamos sin problemas, el barrizal, el agujero soplador y finalmente la salida.
Espectacular travesía que sin duda habrá que repetir para revivir la sensación de descender su impresionante vertical.
Llegó el ansiado día, y allí estábamos de nuevo cambiándonos de ropa y preparando el material al lado de la pequeña granja vacuna donde solemos dejar los coches, con su característica piscina de estiércol que desprende un olor indescriptiblemente horrible. Pero los espeleólogos somos fuertes, o eso dicen, y hasta nos echamos allí mismo un pinchillo de la rica tortilla de los compañeros de Asodeka. Ya preparados, pusimos rumbo a la sima Azpilicueta. Dos nuevos integrantes se habían añadido al grupo, un par de cachorrillos de la granja que no se separaron de nosotros en todo el camino.
La aproximación es dura no por la distancia sino por la gran pendiente que se convierte en trepadas en algunos puntos. Carlos se acordaba más o menos de donde estaba la sima, que ya es un logro después de casi 10 años, y finalmente tras hora y media de sufrido camino, llegamos a la boca.
Éramos 9, demasiados para formar un único grupo ya que íbamos a ir lentos en la recuperación de las cuerdas y las esperas iban a ser muy largas, así que nos dividimos en dos grupos autónomos de 5 y 4 personas.
Y sin más demora Carlos entró en la sima como cabecilla del primer grupo. Después le seguiríamos yo, Camacho, Rubén y Aranda cerrando el grupo y tirando de cuerda. Fuimos bajando pozo tras pozo, sin problemas y disfrutando de la belleza de los mismos.
En muchos puntos corría algo de agua, pero habíamos tenido mucha suerte, pues la sequía de los últimos meses había anulado prácticamente los aportes.
En poco tiempo alcanzamos el gran pozo de 100 metros dividido en tres tiradas de cuerda. La última, con un volado que te sitúa en la Sala Ciega.
Habíamos hecho la vertical en menos de dos horas, se nos había hecho muy corta.
Una vez terminada la vertical, esperamos un tiempo en la base del último pozo para reunirnos con el segundo grupo y continuar juntos.
El siguiente paso era una gatera que te sitúa en un tubo descendente y estrecho, equipado con cuerda.
Una vez dentro del mismo te das cuenta del duro trabajo de exploración llevado acabo allí dentro, pues no solo es incómodo de bajar sino que conforme lo bajas van apareciendo una veintena de agujeros por todos lados como si la pared se hubiera convertido en un queso Gruyère, sabiendo cuál elegir sólo por la continuación de la cuerda.
Superada esta pequeña dificultad sólo nos quedaba recorrer la parte horizontal de la Reñada,
con sus amplias y cómodas galerías,
su ya familiar callejón de la Sangre repleto de estalactitas rojas,
el paso del Duck que pasamos sin problemas, el barrizal, el agujero soplador y finalmente la salida.
Espectacular travesía que sin duda habrá que repetir para revivir la sensación de descender su impresionante vertical.