Carlos, Edu, Aranda, Anita, David y
yo, Pilar
A las 9:30 de la mañana nos juntamos Carlos, Edu, Aranda y
yo, Pilar, con David y Anita en el parking de la Cueva de Pozalagua dispuestos
a bajar los -349 m de profundidad de la Torca del Carlista. La niebla cubría
toda la montaña y de no ser porque Carlos y yo ya habíamos buscado la boca de
la cueva hubiera sido imposible encontrar el camino hacia ella.
Comenzamos a subir hacia el pico del Carlista, empapándonos con los matorrales mojados por la niebla, tan densa en algunos tramos que casi salimos corriendo al confundir con un oso la silueta de un caballo que pastaba tranquilo con su potrillo en mitad del sendero.
Comenzamos a subir hacia el pico del Carlista, empapándonos con los matorrales mojados por la niebla, tan densa en algunos tramos que casi salimos corriendo al confundir con un oso la silueta de un caballo que pastaba tranquilo con su potrillo en mitad del sendero.
A pesar de la mala visibilidad, en poco más de 45 minutos
nos plantamos en la boca de la cueva.
Rápidamente Carlos empieza a instalar el pozo curvado de entrada que termina en el techo de la “Gran sala Jon Arana” donde se instala el impresionante volado de poco más de 90 m.
Poco a poco fuimos bajando uno a uno.
Es muy difícil expresar la sensación de vacío que se tiene al descender por la cuerda. Las paredes se alejan cada vez más hasta que en el centro de la sala la oscuridad te rodea completamente, lo único que se puede ver es la continuación de la cuerda y la diminuta luz de los que ya estan abajo.
Sólo se nota que desciendes porque cada vez duele más la mano izquierda de apretar el descendedor y la derecha de sostener la cuerda, pero no porque se vea el suelo acercarse, pues sólo se empieza a apreciar el final del pozo a escasos 20 metros del suelo.
Rápidamente Carlos empieza a instalar el pozo curvado de entrada que termina en el techo de la “Gran sala Jon Arana” donde se instala el impresionante volado de poco más de 90 m.
Poco a poco fuimos bajando uno a uno.
Es muy difícil expresar la sensación de vacío que se tiene al descender por la cuerda. Las paredes se alejan cada vez más hasta que en el centro de la sala la oscuridad te rodea completamente, lo único que se puede ver es la continuación de la cuerda y la diminuta luz de los que ya estan abajo.
Sólo se nota que desciendes porque cada vez duele más la mano izquierda de apretar el descendedor y la derecha de sostener la cuerda, pero no porque se vea el suelo acercarse, pues sólo se empieza a apreciar el final del pozo a escasos 20 metros del suelo.
Una vez bajamos todos comenzamos a recorrer la gran sala
dispuestos a verlo todo. Subir bloques, bajar bloques…así durante 3 horas en
las que pudimos ver formaciones de todos tipo: aragonitos, estalactitas,
estalagmitas, macarrones, excéntricas, banderas…
Varios resaltes instalados en fijo nos guían hasta la cota
mínima de la cavidad donde descubrimos que todas las formaciones vistas hasta
el momento no tienen comparación ante la majestuosidad del sifón Terminal. La
próxima vez nos traeremos “botellas” para “bucearlo” como se merece…jejeje.
Un vez tocado fondo iniciamos la vuelta a la cuerda del
volado y tras dar cuenta de la comida y sobre todo del agua (hacía tiempo que
no pasaba tantísimo calor en una cueva), comenzamos a subir. Primero yo, luego
Anita, Edu, Carlos, David y finalmente Aranda, quien demostró su buena forma
física desinstalando toda la cueva.
Mientras volvíamos a los coches, todos comentábamos lo
mismo, la Torca del Carlista nos había impresionado, pero no solo por el gran
volado y la inmensa sala, sino por la cantidad de formaciones que puedes
encontrar escondidas en su interior. De nuevo las profundidades de la tierra
nos habían vuelto a sorprender.