Participantes: Carlos Heras,
Carlos Aranda, Javi, Gabri y la que escribe, Pilar
Dos años atrás nos enteramos de la existencia de esta
travesía. En ese momento nos la describieron como un travesía dura y con zonas
muy estrechas. El conocido rescate producido en Agosto del año pasado había
aumentado nuestra curiosidad en la misma, aunque también el respeto y la duda
de conseguir realizarla.
Hace un mes, aprovechando la salida a la travesía Buena –
Bortal, fuimos a buscar la boca del Acebo y un gran nevero cubría todo el
lapiaz donde se encuentra, haciendo imposible llegar a localizarla con
exactitud.
“Tenemos que ponerle fecha ya”, es lo que pensamos viendo la
duda de algunos a querer enfrentarse a las temidas estrecheces. “Y además,
tenemos que hacerla diferente, ¿por
qué no salir por el Mortero?”. Y así fue cómo surgió la idea de pedir permiso
para realizar la Travesía de Acebo – Mortero.
El viernes por la noche nos juntamos todos en Matienzo.
Sabíamos que el día siguiente iba a ser duro, así que no nos liamos mucho y
pronto nos fuimos a dormir dejando preparadas antes las sacas y el material
para el día siguiente.
A las 7 sonaba el despertador, ya había llegado el
momento. Miradas de nerviosismo durante
el desayuno, nos preparamos y cogimos los coches en dirección al Mortero de
Astrana. Con el otro coche continuamos el camino hasta llegar al aparcamiento
más cercano a la boca del Acebo. Eran las 10 de la mañana cuando echamos a
andar. Repetimos el camino hacia la boca
que hicimos un mes antes, con el silencio que provoca la reflexión. Me
recordaba a la aproximación de Cueto, con la cabeza pensando en mil cosas. Por
fin, en una sufrida hora con un tramo final bastante empinado, llegamos al
lapiaz donde se encuentra el acebo.
Por suerte, se había derretido el nevero, y pudimos bajar la
resbaladiza rampa de hierba hasta encontrar la boca con el primer pozo
instalado en fijo.
Eran las 11 cuando Carlos empezó a descender.
Tras él uno a
uno fuimos bajando. Aranda cerraba el
grupo, encargado de colocar el cordino para recuperar la cuerda. Varios pozos
estaban instalados en fijo y otros necesitaban
instalarse.
En medio de la vertical, hicimos alguna parada para
reagruparnos y evitar accidentes con la caída de piedras. Y sin apenas darnos cuenta nos encontramos
con el último pozo volado de 14 metros que desemboca en el techo de una gran
sala.
Un vez finalizada la vertical, comenzamos a andar hacia la
Galería de la Fuenfría, dejando a lado izquierdos los grandes pozos de Nieves
Herrero y pozo Blanco, de los cuales solo se percibe un oscuro abismo.
La Galería de la Fuenfría con su espectacular forma meandriforme
se recorre con facilidad,
acabando en una pequeña ventana que conduce al pozo
chimenea de 10 metros. Tras el pozo nos encontramos con la Galería del
Clotoris, famosa por su paso estrecho situado en el final que pasamos sin
ningún problema con los aparatos puestos. Pies por delante y cara al suelo, y
pasada la zona más estrecha, un giro de tronco, nos arrastramos un poco y ya
estamos fuera.
Tras descender el siguiente pozo del Espeleolirón de 15 m y
continuar por una galería muy resbaladiza, llegamos a la amplia Galería AER, de
gran belleza, donde podemos disfrutar de formaciones a ambos lados siempre
teniendo cuidado con los patinazos.
A partir de aquí vamos bajando una serie de resaltes en
forma de colada que finalizan en gours,
unos más profundos que otros.
Estas
bonitas estampas se quedan grabadas por siempre en nuestras retinas.
Continuamos un poco más hasta llegar al pozo del péndulo...
...y
tras superarlo llegamos a la sala del Vivac. Hasta ahora la travesía estaba
siendo muy cómoda y no imaginábamos el poder disfrutar de tanta belleza, pero
algo por dentro nos decía que lo que quedaba por delante no iba a ser tan disfrutón.
Así que decidimos avanzar un poco y
parar a comer y a descansar.
Ya con la comida en
el estómago y con menos peso en las sacas, proseguimos el camino por la galería
de los Mineros borrachos,
típica galería
de mina en su comienzo, pero con bloques de todos los tamaños por todas partes más adelante (puede que de
ahí le venga el nombre) y que finaliza en el laminador anoréxico. Carlos pasa
delante con los cacharros, pero avanzado unos metros, retrocede para
quitárselos. Se puede pasar con ellos, pero para qué pasar sufrimientos
innecesarios. Así que, cacharros fuera. Sin ellos, el laminador se pasa rápidamente, sin esfuerzo
y sin dificultad, pues al estar en rampa
la gravedad lo hace todo.
Avanzamos un poco más y nos encontramos con la singular
belleza de la Galería de la Gubia,
llamada así por los golpes de gubia de las
paredes las cuales llegan a estrecharse bastante en ciertos puntos. Esta
galería finaliza en el pozo Morlokcs de 30 m, que bajamos con cuidado pues las
paredes están muy descompuestas y al tener forma de rampa la base del pozo (es
una enorme colada), las piedras ruedan hasta el final de la galería,
alcanzándonos alguna pero sin daños.
Continuamos por un meandro el cual se estrecha en cierto
momento y hay que subir un nivel superior por una cuerda en fijo. Esta subida
es realmente incómoda, pues las paredes están bastante cerca y apenas te dejan
espacio para alzar la pierna. A continuación un meandro en estrecho te deposita
en la cabecera del pozo del Capitán Vinazo de 25 m. Ya abajo, llegamos a la
Sala de La playa, de suelo arenoso y con el río en un lateral. Allí supusimos
que habrían hecho campamento los espeleólogos de Espeleominas.
Pasamos algún
pozo hasta llegar al laminador previo al paso estrecho. Decidimos quitarnos los
equipos para pasar esta zona. Se trata de una fractura de unos 50 metros en rampa,
en la que en todo momento debes ir buscando la zona más ancha para llegar hasta
el final donde se cierra por todas partes salvo por una, el paso de Bufidos.
Llegado al paso nos pusimos pies por delante y cara al suelo, y siempre
buscando la zona más ancha, lo pasamos sin problemas (aunque algunos con más
sufrimiento que otros…malditos donuts! ;P).
Pasado el mal trago, tocaba ponerse
el equipo y bajar el siguiente pozo que nos sitúa en la Galería del Cardín, en
mi opinión la más dura de la travesía. Se trata de un laminador inclinado hacia
la izquierda por donde corre el agua en su parte más baja y con el techo muy
bajo en sus primeros metros, lo cual hace que te vayas arrastrando. Hay que ir
esquivando los pequeños gours que se forman en el suelo para evitar mojarte.
Cuando parecía que íbamos a conseguir sólo con el mono exterior un poco mojado,
todo el agua de la galería se encajona por un pequeño paso estrecho. Después de atravesarlo vas totalmente empapado,
lo cual le pega un collejón considerable a tu estado físico. Más adelante el
techo se aleja pero el suelo es tan
resbaladizo que preferimos avanzar sentados y arrastrándonos. Pasados varios
cientos de metros salimos de esta galería entrando en las ya conocidas Galerías
de la Rubicera.
Tras un pequeño lío de galerías encontramos el libro y
firmamos para indicar que íbamos en dirección al Mortero de Astrana. De aquí
hacia delante ya es todo conocido. El nacimiento del río Rubicera y sus
impresionantes galerías, el lago y sus aéreos pasamanos…
Y poco a poco vamos
avanzando hacia la salida para llegar finalmente al Mortero 17 horas y medias
después de haber entrado por Acebo.
Sólo nos quedaba volver al coche, y aunque
fueran las 4:30 de la mañana, no íbamos a negarnos a tomar una cervecita con el
típico Farias de celebración después de una gran travesía, ambos dos bien
merecidos.
Espectacular travesía que nos recuerda lo duro que es la
espeleología pero que nos llena de satisfacción no solo por la hazaña realizada
sino por la belleza que alberga en su interior. Sin duda es una de las
travesías que se apuntan en la lista de las que hay que repetir…
Nos gusta que los planes salgan bien...